jueves, 17 de abril de 2008

Indoctrinario, Christopher Priest

Tenía Indoctrinario en la estantería desde hace unos cuatro o cinco años, y no exagero. Pero fui postergando la lectura, en parte porque no encontraba el momento, en parte porque no quería quedarme sin lecturas de Priest demasiado pronto, así que me dije “bueno, con calma, así dentro de un tiempo supondrá mayor sorpresa y alegría”. Sé que puede sonar raro pero uno tiene sus manías y lo mío con los libros de Priest llega a alcanzar cotas de veneración. De hecho todavía tengo otro libro suyo, La máquina espacial, sin leer, que supongo que le tocará el turno este año también. Luego, o consigo Sueño programado, con lo que habré leído todo lo que creo tiene traducido, o me pongo con las relecturas, de las cuales ya hice una de La afirmación y El prestigio hace un tiempo. Bueno, de todas todas me pondré con las relecturas, eso seguro, y poco a poco volveré a leerme todos sus libros. Pero con calma.

La verdad es que Indoctrinario, la primera novela de Christopher Priest, me ha resultado algo decepcionante. Se nota que es una novela primeriza y que el estilo no está todo lo desarrollado que debiera, con un toque narrativo que me ha hecho emparentarla enseguida con Fuga para una isla, aunque ésta estaba mejor redondeada. Además, y sé que esto puede sonar raro, es demasiado surrealista y lisérgica, y descompensada. Me encantan los trozos más alucinados, todo lo relacionado con esa misteriosa cárcel y los comportamientos extraños de sus habitantes, con Astourde y Musgrove a la cabeza. Consigue recrear una especie de “mal viaje” en el lector. Pero cuando progresa la trama y nos encontramos con el mundo futuro en Brasil la trama decae y no mantiene una cohesión. Aunque se nos dé una explicación para muchos acontecimientos de la primera parte la impresión general es la de algo deslavazado, y el personaje de Jexon no llega a tener una verdadera entidad y resulta demasiado oscuro.

Aún así, la trama progresa y llegamos a la parte final, en la que, como no podía ser de otra manera, Priest nos obsequia con un buen final, que también me ha dejado con la intriga. Porque al ser la trama algo oscura y enrevesada en determinados aspectos no se llega a apreciar muy bien cómo quiere enfocar el autor el final, si mediante los simples hechos que nos narra o mediante las investigaciones de Wentik, los efectos de las drogas, su supuesta inmunidad ahora perdida, las alucinaciones, etc. Y no hablo del típico final Priest, en el que nos deja descolocados pensando en puntos de vista, en la realidad, o en la subjetividad de la narración. Creo que este no está del todo redondeado ya que parece dar muchas pistas a lo largo de la narración de posibles causas para luego acabar con ese final supuestamente tan “lineal”. En todo caso, quizá en vez de un debe sea un mérito porque llevo un día y pico dándole vueltas e intentando encajar todo en mi cabeza. Lo que pasa que la impresión final es la que comentaba, descompensación entre las distintas partes de la novela y en la misma progresión de la trama. Aún así, como curiosidad para un fanático de Priest no está mal, y tiene partes ciertamente interesantes, sobre todo la primera, y un apunte de los temas que luego obsesionarán al autor (y al lector) en futuros libros.

Por cierto, un día que me encuentre con ganas prometo publicar lo que puede ser una chapa antológica sobre Priest y todos sus libros. Ahí queda eso.

miércoles, 9 de abril de 2008

El instante aleph

Greg Egan consigue en El instante aleph el más difícil todavía. Presenta un cóctel de ciencia, cyberpunk, reflexiones sociales, políticas, filosóficas, y metafísica, realmente explosivo y que llega a aturdir al lector. La historia, ambientada a mediados de siglo, en una sociedad totalmente biotecnificada, nos presenta a Andrew Worth, un periodista especializado en divulgación científica, que en primera persona nos cuenta su último trabajo, un documental llamado “adn basura”, y cómo, rechazando investigar una nueva enfermedad mental llamada Angustia, consigue que le envíen a cubrir un Congreso de físicos en la isla artificial de Anarkia, donde se presentarán algunas candidatas a la TOE, la Teoría del Todo tras la que tantos físicos andan. Las cosas se complican, hay muchos intereses de todo tipo detrás y las revelaciones se suceden hasta un epatante final.


La verdad es que Egan plantea tantos temas que se podría estar hablando días y días sobre ellos, y desarrollar extensísimos textos. De manera más breve apuntaré algunos de los que surgen. Está el peligro de, en una sociedad con una biotecnología tan avanzada, de crear auténticas élites, que alteren sus características genéticas de manera que sean inmunes a las enfermedades y contagios comunes, llegando a poder preparar sus propias armas biológicas. Es un tema que ya quedaba sugerido en el relato “El foso”, recogido en la excepcional recopilación que supone Axiomático. En el escalofriante primer capítulo asistimos a la posibilidad de que una ciencia ultratecnificada sea capaz de reanimar un cadáver, de, por unos segundos, volver a insuflar vida y recuperar una chispa de conciencia que permita hacer preguntas a la víctima sobre su propio asesinato. Como digo, escalofriante, pero muy interesante en cuanto a lo que plantea sobre conciencia e identidad.

En una sociedad en la que la red ha hecho que la gente abandone los centros humanos de las ciudades, que pasan a denominarse Las Ruinas, hay grupos de personas que reclaman su derecho a una protesta tanto activa como pasiva contra las tendencias dominantes. Así surgen, por ejemplo, los Autistas Voluntarios, que reclaman su derecho a extirparse una zona del cerebro y excluirse del común de las relaciones sociales, que consideran un lastre y algo en realidad artificial. Como medio de protesta ante los roles sexuales otra gente ha decidido tornarse ásex, y otras variantes, de manera que consiguen no tener un sexo definido, o no tenerlo en absoluto, extirpándose hasta la necesidad física del deseo (hecho que da lugar a todo un problema en la traducción, pues en castellano no existe género neutro -con el que se designa a los ásex- como en inglés. El resultado choca a la vista, pero no puedo más que compadecer al traductor que se haya visto en semejante embrollo). En todo el libro hay permanentes detalles que nos hablan de la presión que la sociedad ejerce en el individuo y la imperiosa necesidad que tiene este de marcar diferencias, de distanciarse, llegando a decisiones tan radicales como estas.

Egan nos habla de los peligros de una sociedad tan ultratecnificada, pero también de los peligros de las sectas y grupos radicales que se oponen al conocimiento científico, que no desean que todo sea revelado. Muestra también los prejuicios hacia la ciencia en ciertas partes del mundo considerándolo como algo occidental o propio del primer mundo, mientras la gente se encamina hacia una espiritualidad mal entendida. A la vez, las megacorporaciones son capaces de hacer y deshacer casi a voluntad, y el único atisbo de libertad parecer ser la isla de Anarkia (Stateless en el original, como me apuntó Noal), en la que todo parece funcionar casi a la perfección, sin grandes altercados, gracias, aparentemente a la buena voluntad de la gente. Y la isla se revela al final como perfecta metáfora de lo que Egan quiere mostrar con El instante aleph, que es ese momento en el que, formulada la tan esperada TOE, esta adquiera valor por sí misma, y llegue a reformular el universo. Resulta interesante toda la disquisición entre física y teoría de la información, creo que haría las delicias de un profesor de Física Estadística que tuve. Desde luego todo lo relacionado con Anarkia y la conciencia y convencimiento que mueve a la gente que la habita es una de las reflexiones más interesantes del libro. Y el clima mundial, y las distintas corrientes, tanto en cuanto a corrientes políticas, como las corporaciones, como las sectas y grupos de presión, están muy conseguidos.

También encontramos críticas al solipsismo más acérrimo, pues Egan pretende todo lo contrario, me atrevería a decir que este libro es totalmente gnóstico, si después de tanto oír sobre el tema he comprendido qué significa. Y más y más temas, todo adornado con un fondo científico muy fuerte, hasta llegar a ese espectacular y emotivísimo final, en el que, después de formulada la TOE, no sólo la verdad es revelada a Andrew Worth, si no que en cierta manera también al lector se le somete a una revelación. No digo más pero desde luego es un final que marca y que perdura.

Lo malo es que Egan hace el transcurrir del libro demasiado farragoso en ocasiones, con demasiadas referencias científicas, algunos saltos en la trama que no la terminan de ubicar en distopía cyberpunk, relato policial, análisis científico, político... Así que como conjunto flojea un poco y no ha llegado a gustarme tanto como Ciudad Permutación y Axiomático. Lo que pasa que tanta carga de temas de interés, y ese maravilloso final hacen de El instante aleph un libro muy, muy recomendable. Necesario, diría yo. Y un lujo sobre el que poder hablar largo y tendido, más allá de estas breves y dispersas líneas, si se tiene la suerte de poder comentarlo con algún otro lector, pues como creo que Egan mismo piensa, la experiencia solitaria no da sentido a la existencia total, es necesario compartirla, y crearla en conjunto.

jueves, 3 de abril de 2008

Las aventuras de Arthur Gordon Pym

A raíz de una entrada en el blog de avellanal, Vagabundeo resplandeciente, me hice el firme propósito de releer, cuanto antes mejor, la única novela que escribió Edgar Allan Poe, que recordaba de manera brumosa, marcada sobre todo por sus detalles más escabrosos, y que unas veces se titula como las aventuras, y otras como La narración de Arthur Gordon Pym.

En mi particular y subjetiva manera de ver las cosas tengo la sensación que este libro ha trascendido de alguna manera y pasado a convertirse en un icono, al menos a ciertos niveles, en un referente literario universal. O quizá sea esa nebulosa del recuerdo, lo que fue capaz de marcarme esta lectura de la que recordaba sensaciones con claridad pero no hechos concretos (lo que hizo que me pareciera reencontrarme con un viejo amigo largamente perdido al releer el nombre de Dirk Peters), el hecho de leerme con avidez después “La esfinge de los hielos”, la continuación que escribiera Julio Verne, que recuerdo interesante pero que le quitaba parte de la magia al original de Poe. O esas menciones posteriores de Lovecraft en uno de sus mejores relatos, “En las montañas de la locura”. Recuerdo hace muchos años comentar con mi hermano “Las aventuras de Arthur Gordon Pym”, hablar sobre el impacto de las escenas más cruentas, indagar sobre los misterios de la novela y especular sobre su misterioso final, que hizo que me nombrara la novela de Verne. Y creo que es por eso que el libro de Poe ha trascendido, por su capacidad para atrapar y para sugerir, a tantos lectores, y escritores, a lo largo del tiempo. De alguna manera ha crecido aparte, se ha convertido en una historia hondamente arraigada en el subconsciente colectivo. Como muchas otras obras, desde luego, y también relatos de Poe, pienso en “El pozo y el péndulo”, o “Los crímenes de la calle Morgue”, por ejemplo, que forman parte de ese imaginario colectivo, se conozcan sus orígenes o no.

Y es que el libro es una gran obra en la que tenemos de todo un poco lo relacionado con aventuras marítimas. Naufragios, encierros, hambre, motines, luchas, tormentas, encuentros fantasmales, tiburones, sangre, supervivencia, decisiones cruentas, rescates, exploración, encuentros tribales, huidas, navegación a la deriva, misterios insondables... Poe nos hace saltar de una a otra con una facilidad pasmosa, ayudada por la fluida prosa en primera persona de quien nos narra la historia, el propio Arthur Gordon Pym, que nos cuenta, sin ahorrarnos detalles, todo lo relacionado con su largo periplo. Especialmente persistentes en la memoria se muestran los detalles del encuentro con el barco de los muertos y ese horrible momento en el que los cuatro supervivientes deben tomar la decisión de quién morirá para salvar a los demás. Y, por supuesto, ese misterioso final sobre el que tanto se ha escrito y que sigue mostrándose tan ambiguo y sugerente sin importar los años que pasen. Se conjuntan los detalles más mundanos, realistas, y macabros, con el misterio fantástico más nebuloso, las posibilidades sugeridas de grandes enigmas remotos.

Aún así, es un libro algo irregular, en el que hay partes con el ritmo algo descompensado con respecto a las demás, y algunos aspectos de la trama no acaban de encajar (¿qué demonios le pasa a Tigre, el perro de Pym?). Pero es un libro que merece la pena ser leído en algún momento de la vida, por toda esa magia que es capaz de crear y por toda esa influencia que se adivina sobre posteriores relatos de otros autores, ya sean marítimos, ya sean fantásticos. No es perfecto, pero es un “must read”, desde luego.

¡Tekeli-li, tekeli-li!