miércoles, 19 de marzo de 2008

Time



Ticking away the moments that make up a dull day
You fritter and waste the hours in an offhand way
Kicking around on a piece of ground in your home town
Waiting for someone or something to show you the way

Tired of lying in the sunshine
Staying home to watch the rain
And you are young and life is long
And there is time to kill today
And then one day you find
Ten years have got behind you
No one told you when to run
You missed the starting gun

And you run, and you run to catch up with the sun, but it's sinking
Racing around to come up behind you again
The sun is the same in a relative way, but you're older
Shorter of breath and one day closer to death

Every year is getting shorter
Never seem to find the time
Plans that either come to nought
Or half a page of scribbled lines
Hanging on in quiet desparation is the English way
The time is gone
The song is over
Thought I'd something more to say

Home, home again
I like to be here when I can
When I come home cold and tired
It's good to warm my bones beside the fire
Far away across the field
The tolling of the iron bell
Calls the faithful to their knees
To hear the softly spoken magic spells


Pink Floyd - The dark side of the moon

jueves, 13 de marzo de 2008

Bibliotecas

A raíz de un correo que mandó un amigo sobre el préstamo de pago en bibliotecas (para más información consultar noalprestamodepago) me he puesto a reflexionar sobre estos sitios y su influencia en mi vida y formación. Y resulta que no puedo concebir mi existencia sin ellas, que gracias a la visita a esos templos soy lo que soy, y que de algunas guardo un cariño especial, pues se convierten en mucho más que en un sitio al que ir a coger libros sin más. Ya no sólo por el intercambio de saber y experiencias que pueda darse, estoy pensando sobre todo en cuando era niño y acudía ilusionado e impaciente a por mi nueva dosis de libros, de aventuras, de nuevas vidas. Esto ha hecho que haya dejado una parte importante de mí en dichos sitios, y que todavía los recuerde (casi hasta poder olerlos) con mucho cariño.

Recuerdo las pequeñitas bibliotecas que teníamos en alguna clase del colegio, donde me surtí de libros de Gran Angular y El barco de Vapor, y algunos otros sobre historia. Recuerdo la biblioteca de la Casa Revilla a la que iba con mi hermano de criajo a leer comics de Spirou y Fantasio, o los de Tintín que no teníamos. Y donde a veces ponían películas en la sala de al lado, y aunque éramos pequeños nos colábamos. La impresión y el miedo que me causó de crío “La isla del doctor Moreau” no se me olvida, de hecho no he vuelto ni a ver la película ni a leer el libro.

Recuerdo, y todavía frecuento con asiduidad, la biblioteca pública de San Nicolás. Un auténtico pozo sin fondo en el que ya hace años sacábamos discos, películas y libros. Los primeros discos de Pearl Jam y Alice in chains que tuvimos los grabamos en cinta de los CDs de esa biblioteca. Y mi hermano sacaba también muchas películas. Recuerdo ver con 14 años, por ejemplo, Barry Lindon y Ran (que, esta última, me pareció un coñazo, he de reconocerlo. Suerte que luego la volví a ver y la aprecié mucho más) en lo que ahora parecen casi antediluvianas cintas de VHS. Y también libros, hasta ahora. Y cómics, como los de Calvin y Hobbes, que aunque me sepa de memoria no me resisto a hojear cada vez que paso por la estantería, y que debo acabar comprándome algún día. Sobre todo esta biblioteca ha tenido una parte fundamental en mi última explosión lectora, en la que me he abierto a todo tipo de temáticas. Y es que con ese fondo bibliográfico tan extenso que tienen he encontrado de todo: Camus, Hrabal, Dick, Capek, Silverberg, Dostoievski, Vonnegut, Priest, Calvino, Sturgeon, Buzzati, Céline, Baricco, Conrad, Kipling, Lowry, etc, etc. Sé que estos son nombres que deben figurar en cualquier biblioteca medianamente decente, pero realmente buscando cosas más desconocidas he podido comprobar lo bien surtida que está. Hasta el libro en la que está basada la película “Z”, de Costa-Gavras, he encontrado ahí.

Gracias a todas estas lecturas he desarrollado un criterio cada vez más independiente, una manera de pensar y de ver la vida más personal. Quizá lo habría hecho igual si todos esos libros me los hubiera comprado. De hecho sigo comprando muchos libros. Pero intento verlo desde el punto de vista romántico. Y es que hay algo especial en recorrer las estanterías de libros, en sentir la promesa de lo que está por venir, por sernos contado, y no sólo eso, en imaginar las vidas de gente que hay detrás de todos esos libros, de todos esos usos, de todas esas lecturas. Me gusta coger un libro en la biblioteca y que esté amarillento y manoseado, de alguna manera me hace sentir que es más libro. No entiendo a la gente que nunca presta sus libros. Entiendo el apego que se pueda tener y el no querer perderlos, por supuesto, hay gente que sabes que no te puedes fiar, pero aún así un libro está para ser leído, y una de las mayores fuentes de felicidad para mí es prestar libros, y oír la valoración posterior. Y si después de prestarlo varias veces el libro está gastado, hasta se pueden soltar algunas hojas, no me importa, al contrario, me alegro, siento que ha cumplido su cometido. Por otro lado he de reconocer que aunque me encante prestar me cuesta muchísimo desprenderme de ellos, y que adoro pasear los ojos por las estanterías y en un vistazo recibir de golpe cientos de experiencias, hacer un repaso a muchos años de mi vida, y volver a sentir lo que algunos libros excepcionales provocaron en mí.

Pero sigo hablando de los libros usados. No sé cómo explicar lo que sentí hace un par de años cuando, al empezar a leer Valis, me encontré una nota en la primera página, en rotulador rosa, que rezaba: “Yo ya hice mi Exégesis...”. El carácter mágico que adquirió esa lectura, a la que ya le tenía muchas ganas después de leer tanto sobre Dick a gente por todos nosotros conocida, gracias en parte a esa pequeña frase, es algo que no se me olvida. Otras veces hay anotaciones chorras, y subrayados superfluos. Pero otras, una frase, una palabra o frase subrayada, una sencilla marca, hacen que el libro cobre verdadera entidad ante nosotros, porque estás leyendo del mismo libro físico que a otras personas les ha servido antes.

Todo esto me viene desde que frecuentaba la biblioteca a la que más cariño guardo. Una pequeñita en el barrio Belén a la que empecé a ir con 8 añines, acompañado de mi abuelo, porque para ir había que atravesar un descampado oscuro y en casa les daba miedo que fuera solo. Recuerdo como si hubiera ido ayer aquel pasillito y aquella salita pequeña en la que estaba encajado aquel gran armario de madera, viejo, con cristaleras y puertas que abrían mal. Y aquella otra sala anexa en la que algunos años más tarde sobre mesas se pupitre pondrían más libros tras aumentar el fondo que tenían y algunas veces proyectarían películas. Y recuerdo los libros, viejos, gastados por el uso, pero que para mí se trataba de objetos reverenciables. Allí fue donde leí “El paquete parlante”, que me despertó el interés por la fantasía siendo un crío. Y donde luego leería “la trilogía de los trípodes” de John Christopher, o la trilogía de la tierra de Jordi Sierra i Fabra, que me despertaron el interés por la ciencia-ficción o muchos libros de Gran Angular, en especial recuerdo aquellos de William Camus como "Cheyennes 6112" o "un hueso en la autopista", o aquel entretenidísimo “Cruzada en jeans”. O aquella magnífica colección de Tus Libros de Anaya, donde leí por primera vez “La llamada de lo salvaje” de London, libro que no me cansaría de releer hasta los 14 años, hasta hacer mía la historia de Buck, y sentir muy mío también el miedo del hombre atrapado por los lobos en el relato que venía al final. Y recuerdo con devoción “los piratas de Malasia” y “los tigres de Mompracem”, de Salgari. No sé cuántas veces los cogería, aquella ediciones con ilustraciones, con hojas sueltas de tanto uso, pero sí sé que cada vez que me iba a casa con ellos llevaba una sonrisa que me aseguraba grandes aventuras, luchas, el filo de un kriss, venenos que simulaban la muerte, abordajes... Seguramente si lo hubiera leído en un flamante libro nuevo también habrían sido unas magníficas aventuras, pero quiero creer en el hecho de que el estar esos libros allí, esperándome en aquel antiguo armario, era lo que las hacía realmente especiales. Porque pocas veces he experimentado tanta “sed” como cuando iba con el corazón en vilo a aquella pequeña biblioteca, esperando a ver qué libros habría, cuales permanecían, cuales se habían llevado, pues había tan pocos libros y yo leía tanto que muchas veces me tocaba repetir. Allí donde leí también por primera vez “El señor de los anillos”, que de una forma brumosa entendía que debía ser algo como un pilar en mi experiencia lectora y que desde luego lo supuso (para bien o para mal jejeje). Y así decenas y decenas de libros, demasiados para mencionarlos a todos, unos más importantes otros menos, pero todos ellos parte de mí. Y yo parte de ellos.

Y cada vez que me acuerdo de aquella biblioteca no dejo de agradecer con todo mi corazón a aquellas chicas que llevaban aquella biblioteca durante unas horas, tres días a la semana, y que siempre tenían una sonrisa y un “¡Hola Alberto!” cada vez que un crío ingenuo e ilusionado aparecía junto a su abuelo para descubrir nuevos mundos y llevarse tres libros cada semana, que a los cuatro días ya se había devorado. Mundos que estaban esperando allí, pero que también habían sido los mundos de otras personas, que los habían hecho suyos, y que ha sido ahora, tras leer a gente como Hrabal, cuando realmente he sido consciente de todo lo que de verdad significa el hecho de leer, y de leer algo que han leído antes los demás, y de cómo esto te conecta a ti, a ellos, y al escritor, de una manera fundamental. Y muchas de estas cosas son en gran parte gracias a las bibliotecas, sin las cuales no digo que mi vida carecería de sentido, pero sí que hubiera sido muy diferente.

Como no podía ser de otra manera este texto (demasiado nostálgico, lo sé, pero es lo que hay) está en parte dedicado a Knut, que sé que comparte algunas de estas ideas, y gracias al cual yo he llegado también a alcanzar una cierta manera de pensar, a raíz de leer sus fervientes recomendaciones y sus reflexiones sobre los Otros, jejeje. Un abrazo.

lunes, 3 de marzo de 2008

The Mars Volta Experience

Apabullante el concierto que The Mars Volta dio en la sala Riviera en Madrid el viernes pasado. No tengo palabras para describir la experiencia que supone ver a estas bestias sobre el escenario. Una banda perfectamente conjuntada, con muchísima técnica y muchísima práctica detrás, de hecho creo que algunos de los despidos a lo largo de la historia de la banda era por "falta de compromiso", y es que las dos cabezas visibles del grupo, el guitarrista Omar Rodríguez López, y el cantante Cedric Bixler Zavala, imponen un ritmo y unos horarios de ensayo bastante draconianos. Claro, luego eso se nota en el delirio que liberan al tocar en vivo. Una banda con ocho componentes: cantante, guitarrista, batería (vaya bestia, por cierto), teclista y efectos de sonido, otro guitarrista, bajista, percusionista, y un último componente que tanto toca el saxofón como el clarinete como las maracas como más percusión. Repito, todos ellos perfectamente cohesionados haciendo un sonido que he descrito más o menos como una mezcla entre un rock progresivo experimental, con influencias latinas a lo Santana de la primera época, toques de free jazz, algún toque hardcore punkarra reminiscencia de su anterior grupo At The Drive-In, pasajes ambientales marcianos, todo ello agitado con sus buenas dosis de drogas alucinógenas y servido bastante acelerado. Y quizá aún esté muy lejos de poder explicar bien qué es el sonido Mars Volta, pues realmente es algo único y que está al alcance de muy pocas bandas.

También es cierto que la densidad de su propuesta puede aburrir fácilmente, y conducir al odio con facilidad. La verdad que a veces su tendencia a meter ruidos, distorsiones y pasajes ambientales en sus discos resulta algo incomprensible, y los hace innecesariamente densos en ocasiones. De hecho, con cuatro discos ya en el mercado, más un ep, no han vuelto a superar el nivel de los dos primeros: De-loused in the comatorium y Frances the mute. Lo que pasa que en directo sí que lo consiguen, y sus últimas composiciones suenan arrolladoras. Además de que hacen conciertos a la vieja usanza, como en los setenta, casi tres horas ininterrumpidas dándolo todo ante una audiencia entregada. Del concierto en sí tampoco puedo decir mucho más, no sabría bien que decir, salvo que si vuelven por aquí, no me los pierdo. Así que cuelgo unos cuantos videos suyos que he encontrado por youtube.

The widow - bellísima canción del Frances the mute




Roulette dares - una muestra de lo que daban en directo hace ya unos años.



This aparatus must be unearthed - delirio en vivo



Drunkship of lanterns - de una actuación antigua, pero una de las mejores canciones del De-loused in the comatorium, y uno de los climax en el pasado concierto



Goliath - del último disco, The bedlam in Goliath, en directo para la mtv, en dos partes





Wax simulacra - también del último disco, en el mismo directo



Y todo esto, ni siquiera la escucha de los discos, puede explicar lo que se siente al verlos en directo. Algo histórico, especial, la sensación de no estar ante un simple concierto de rock sino ante algo más, un acontecimiento proporcionado por una banda única que dejará un recuerdo imborrable.