jueves, 30 de agosto de 2007

Últimas lecturas: Kerouac, Manganelli y Prado

La lectura de “En el camino”, de Jack Kerouac, me ha durado unos dos meses. No porque se me haya hecho largo y pesado si no porque hay algo en ese libro que te induce a cogerlo a ratos, y luego darle descanso mientras lees otros. No sé, no es de los típicos que apetece leerte del tirón en cuatro días. El libro está bien, aunque quizá me esperaba algo más. En cualquier caso no deja de ser interesante el estilo de Kerouac, ese bop, que si uno se para a pensarlo sí consigue emparentarlo con el jazz. Frases cortas, ritmo acelerado, para luego estallar en largos párrafos mucho más líricos. Además del estilo de vida desenfrenado de sus protagonistas. No me extraña que se haya convertido en un libro de culto para determinados movimientos aunque, como suele pasar, muchas veces la fama y el culto están por encima de los méritos propios, como es este caso. Y me ha gustado, ya digo, pero creo que le falta un trecho para llegar a ser una gran novela, es más un curioso exponente de una época y de un estilo. En todo caso tiene grandes momentos, en los que consigue transmitir bien la forma de vida de esos personajes desarraigados, la constante búsqueda, y la constante pérdida, además del retrato de esos Estados Unidos tan alejados del estereotipo de la época (finales de los 40, principios de los 50). Y, bueno, a nivel personal me ha resultado interesante reconocer en la obra a tipos como Ginsberg y Burroughs, que me impresionó bastante cuando leí “Yonqui”.

Por otro lado, en mi ardua, y seguramente estéril, carrera al elitismo pedante, de vez en cuando debo coger uno de esos libros que sólo por el título ya parezcan sumamente intelectuales. Esta vez le tocó el turno a “Encomio del tirano. Escrito con la única finalidad de hacer dinero”, de Giorgio Manganelli, y la hostia no ha podido ser más grande. Decepción absoluta. El año pasado me leí de Manganelli “La ciénaga definitiva”, que me pareció denso y difícil pero que me resultó interesante por la idea que planteaba de la persona que huye, sin saberse los motivos, a una ciénaga, especie de metáfora del subconsciente, y cuya descripción ocupa todo el libro. Tenía, como en este de ahora, un lenguaje bastante barroco, descripciones muy alambicadas, pero bueno, mereció la pena. Pero en “Encomio del tirano”, que se plantea como un juego metaliterario entre el Bufón, el propio escritor, y el Tirano, inicialmente el editor al que va dirigido el libro, pero que luego deriva en imagen del propio lector, de todos los lectores, para hacer una reflexión sobre la creación literaria, todo resulta enormemente vacío. Larguísimas frases, descripciones rebuscadas, estilo pedante y onanístico... pese a que en principio la idea me parecía curiosa, al final muy poco es lo que se puede salvar de este libro. Naturalmente puede ser culpa mía, que no esté preparado para una obra así, ciertamente Manganelli escribe bien y se le nota un gran dominio lingüístico. Pero no sé, para juegos metaliterarios me quedo con el maravilloso “Si una noche de invierno un viajero”, de Calvino, que leí este verano también y que recomiendo a todo aquel que, conociéndome, coincida más o menos con mis gustos.

También me he leído el cómic “Trazo de tiza”, de Miguelanxo Prado. Soberbio, de una sensibilidad y sutileza exquisitas, en el que las menciones a Borges y Bioy Casares (y a "La invención de Morel" directamente) no son en absoluto gratuitas. Un grandísimo descubrimiento que agradecer, nuevamente, a Knut, que ya hablaba de “Trazo de tiza” en este enlace:

http://espiraltangencia.blogspot.com/2007/08/trazo-de-tiza.html

lunes, 27 de agosto de 2007

El rey del juego, de Norman Jewison

El otro día, de nuevo gracias a Santa TCM, volví a ver "El rey del juego" (The Cincinnati Kid, 1965). Y no me extrañaría que fueran ya más de diez veces. Aparte de lo mucho que la repiten es una película que me engancha siempre. No es el clásico definitivo, ni una de las 10 películas imprescincibles que todo cinéfilo debería haber visto y todo eso pero desde luego es muy grande.


Nos encontramos en la Nueva Orleans de los años 30, los de la gran depresión, y Eric Stoner, el Kid de Cincinnati (Steve McQueen) es un experto jugador de poker que se mueve en los bajos fondos, ganando pero jugándose demasiado el tipo ante timadores y mafiosillos. Todo parece cambiar con la llegada a la ciudad de Lancey Howard (Edward G. Robinson) el mejor jugador de la historia, el Rey. El enfrentamiento entre ambos será inevitable. Pero Slade (Rip Torn), un hombre rico furioso por haber sido humillado en la mesa de juego por Howard quiere vengarse y utilizar al Genio (Karl Malden) para que reparta las cartas y haga trampas en su contra en la partida, beneficiando al Kid, que, a su vez, obsesionado con ganar a Howard, con convertirse en el rey del juego, mantiene una relación inestable con Christian (Tuesday Weld), y sufre el acoso de Melba (Ann-Margret), mujer de turbio pasado y esposa del Genio, su amigo. El enfrentamiento supone todo un acontecimiento, y todo el tenso ambiente de espera desemboca en la partida, que ocupa toda la segunda parte del metraje, y donde se dirimirá quién es el rey del juego.

La película empezó a ser dirigida por Sam Peckinpah, pero fue despedido y su puesto lo ocupó Norman Jewison. A pesar del excelente resultado final no se puede evitar preguntarse qué habría sucedido de mantenerse el director original. Aún así uno cree reconocer en el ambiente sórdido de la clandestinidad y en algunas escenas como la pelea de gallos el estilo Peckinpah. "El rey del juego" no es una película de acción. Se centra sobre todo en los personajes, en su psicología y motivaciones, realizando un retrato perfecto de sus miserias. El Kid como el jugador compulsivo y ambicioso, que en lo único que piensa es en ser el mejor. La pareja formada por Melba, artera y tramposa, y el Genio, un hombre débil que intenta retenerla como puede. Slade, el rico-mafioso ambicioso y sin escrúpulos que quiere devolverle la derrota a Howard (le dice al Genio: "no es por su clase de dinero, es por mi clase de dinero. Quiero verle humillado"). O un Howard como jugador veterano, frío y cínico, que se dedica a soltar miradas (enorme Edward G. Robinson) y frases lapidarias toda la película.


El reparto es estupendo y funciona a la perfección. Además de una excelente galería de secundarios que termina de dar color a todo ese submundo clandestino que nos muestra la película. Ese ambiente, y las partidas maratonianas ("La partida más larga que jugué fue en la primera travesía del ..........., todo el viaje jugando, ¡seis días!", dice Howard) le llevan a uno a recordar películas similares en cierta manera, como puede ser "El buscavidas" de Robert Rossen, con sus intensas y largas partidas de billar entre Eddie Felson y el Gordo de Minnesota. Me gusta especialmente la sensación que queda tras acabarla, con las dos escenas finales (la última, que por lo visto se añadió al poco de estrenarla por presión de los productores, me parece bastante ambigua) y que, tras leerlo el año pasado, me hacen recordar al final de "El jugador" de Dostoievski. No tanto porque se parezcan si no por el carácter del personaje y su posible futuro (nótese cómo me las he arreglado para, hábil y sutilmente, meter una cita pedante y elitista en este comentario para así darle más relumbrón. Y es que un nombre ruso siempre queda bien y da apariencia de cultura).

Aparte de todo esto reconozco que a mí me encanta esta película porque desde pequeño Steve McQueen fue una especie de héroe infantil cinematográfico. Y yo no quería ser ni Bogart, ni Wayne, ni Heston, ¡ni siquiera Eastwood!, ni cualquier otro posible héroe que a uno se le pueda ocurrir, antiguo o moderno. No, yo quería ser como Steve McQueen. Quería ser un pistolero justiciero en "Los siete magníficos"; un soldado heroico y conflictivo en "Comando"; un policía de vuelta de todo, persiguiendo malos con mi coche por las calles de San Francisco en "Bullitt" (al ritmo de la música de Lalo Schifrin, claro); un preso indomable que se escapara siempre como en "Papillon"; quería despistar a los alemanes y saltar las alambradas con mi motocicleta en "La gran evasión"; ser un pistolero vengativo en "Nevada Smith"; quería escapar a México en "La huida"; etc. Luego uno crece y leyendo biografías comprueba que sus héroes quizá no sean tales y que McQueen era una personalidad muy conflictiva y difícil, de la que mucha gente no guarda demasiado buen recuerdo. Pero bueno, como diría Joaquín Luqui con la música: "siempre nos quedarán las películas".

miércoles, 22 de agosto de 2007

Sueños

No conseguía ayer dormir y me puse a desvariar un poco sobre los sueños. La verdad es que me encantan, me abandono y me entrego a ellos con alegría. Los disfruto tanto mientras estoy dormido, sí, lo juro, como cuando me despierto y los recuerdo. Los disfruto pese a que me hayan hecho pasarlo mal. No sé, los considero parte de mí y de mis vivencias en cierta manera. Durante mucho tiempo estuve considerando la idea de irlos anotando para no olvidarlos y porque luego sería curioso leerlos, sobre todo cuando se te repiten sueños de hace años (increíble la sensación de estar dentro del sueño y de repente pensar: "¡coooño! Esto es igual que cuando era más pequeño y soñaba que..."), lo que pasa que al final por pereza o lo que sea, siempre acabo dejándolo pasar. Además resulta curioso cómo se mezclan las distintas influencias de lugares visitados, personas conocidas, películas vistas, libros leídos, etc, todo de una manera confusa y surrealista. Tampoco es que mis sueños sean el colmo de la originalidad ni la paranoia más absoluta, no, pero me resultan curiosos. Ahí va uno de este verano:

Todo comienza con una persecución, típico. Estoy afuera de un edificio grande, parece una inmensa catedral moderna, pero por dentro es como un centro comercial. Voy persiguiendo al tipo a través de grandes espacios abiertos y pasillos, hasta llegar a una especie de torre cuadrada con grandes escaleras de madera. De repente, y no sé por qué, las escaleras hacen un extraño y se pliegan, quedándose rectas, como planos oscilantes, y se caen. Así, mientras estoy tumbado encima de lo que antes eran unas escaleras, veo como se me echa encima una grandísima plancha. Miro al lado y veo que cerca está otra persona, que no sé si era al que perseguía o uno que me ayudaba en la persecución. También le va a caer encima la plancha y va a morir (He de decir que creo que esto viene directamente influenciado por un relato que me impresionó de pequeño. Uno de Sherlock Holmes en el que encierran a uno en una prensa y el tío piensa cómo afrontar la inevitable muerte, si de espaldas para no ver venir la prensa, pero sintiendo cómo cruje su espina dorsal, o de cara, probablemente más rápido, pero más duro por verlo venir).

La siguiente imagen es de mí frente a esa persona (sigo sin saber si era al que perseguía o un amigo), que me mira con un más que evidente desprecio. Yo no lo entiendo, no sé qué pasa. Me lo explica. La plancha destrozó mi cuerpo, pero mi mente, mi alma, mi personalidad o lo que se le quiera llamar, sobrevivió, y como no quería morir, pues elegí que me implantaran todo un cuerpo nuevo para mi mente (cómo pude decidir eso y no acordarme son misterios del sueño). Eso es lo que le hace mirarme con desprecio, el no haber sabido afrontar la muerte y haberme agarrado a la vida a toda costa, buscando un cuerpo nuevo, que le parece de lo más denigrante. Yo ya estoy alucinando pero ahí no acaba la cosa. Resulta que la plancha, al otro (igual debería decir el Otro jejeje) le hizo lo contrario, le destruyó el cerebro, lo que era como persona, pero le dejó el cuerpo intacto. Así que se instaló otra mente y a vivir. Eso por lo visto era mucho menos despreciable que mi opción, no estaba mal visto por la sociedad, lo importante era conservar el cuerpo, no la mente. El cuerpo era la esencia de la persona. Además, a pesar de en realidad ser otra persona, él me juzga como si me conociera, y a mí no me parece un extraño, pues reconozco su cara.

Lo siguiente es cuando me hablan sobre mi nuevo cuerpo, artificial. Para mantenerlo con vida me enseñan que tengo una batería negra, que por dentro está vacía. La abren y dentro meten una especie de insecto que se mueve a toda hostia, sin parar, y cierran (un insecto que estaba relacionado con no sé qué mono de la jungla, dato absurdo pero que me daban en el sueño). El incesante movimiento de ese insecto dentro de la batería será lo que proporcione vida a mi cuerpo artificial. Yo me acojono. ¿Cómo va a depender mi vida de la de un insecto? ¿Cuánto va a durar mi vida? No saben decirme nada, sólo que mucho, que bastante, pero nunca cifras definitivas. Así que me dedico a buscar pilas (de esas del mp3) para acoplarlas a la batería por si falla o se acaba y poder seguir viviendo. Pero casi no hay, toda la gente utiliza ahora las baterías esas con el insecto. Así que consigo muy pocas, pero las acoplo a la batería y las llevo siempre conmigo.

Después, recuerdo estar en una habitación, con unos cuantos amigos, y estar buscando desesperadamente mis pilas. Me las han escondido y no las encuentro. Les suplico que me digan dónde están pero no dicen nada. Al final las encuentro encima de una estantería y, con un inmenso suspiro de alivio, las vuelvo a acoplar. Un amigo me mira con cara de pena, y me dice algo parecido a "qué bajo has caído, dependiendo de eso". Y yo le gritó, nervioso: "¡joder, es mi vida! ¡quieres que la deje al azar! ¡cómo voy a seguir adelante sin saber cuándo se me puede acabar la batería!". Y, que yo sepa, ese era el final. Al poco me desperté. Pero, en la lenta toma de conciencia que suelo tener, recuerdo pensar, todavía más dormido que despierto, algo como, uf, estoy bien, no dependo de pilas, tengo mi cuerpo intacto, menos mal, ha sido un sueño.

lunes, 20 de agosto de 2007

La fuente del unicornio, de Theodore Sturgeon


Este año me ha dado fuerte por Sturgeon. Tenía ganas de leer más suyo tras la experiencia que supuso la lectura de Más que humano hace unos años. Y así, tras la agradabilísima sorpresa de Los cristales soñadores, un cuento lleno de lirismo, y la decepción de Caviar (en el que esperaba encontrar una especie de recopilación definitiva pero que, dejando aparte las bondades del estilo de Sturgeon, no deja de ser muy regular) le ha tocado el turno a La fuente del unicornio, que aglutina relatos de diversas temáticas pero que conforma un conjunto de notable entidad.

Quizá el que menos me ha gustado sea el que da título al libro, cuento fantástico y onírico pero que me dejó algo frío. "Sexo opuesto", "Fluffy" y "Compañero de celda" son interesantes por una u otra razón pero se quedan en anecdóticos frente a los platos fuertes del libro. Entre ellos encontramos relatos de terror como "El osito de felpa del profesor", "Las manos de Bianca"(altamente perturbador y desasosegante) o "Una manera de pensar" (que tras acabarlo deja un mal rollo considerable). "No era sicigia" es un peculiar cuento sobre realidad, imaginación y engaño. "La música" es una curiosa miniatura de dos páginas con cierto toque de sadismo y mala leche. "Cicatrices" es una auténtica joya en la que no hay elementos fantásticos en absoluto pero en la que la sensibilidad humanista de Sturgeon desborda al lector. Hay también dos relatos de ciencia-ficción adelantados a su tiempo como "Un plato de soledad" y "El mundo perdido". Y está el que para mí ha sido el mejor de esta antología: "¡Muere, maestro, muere!" en el que un asesino desquiciado nos cuenta en primera persona sus diversos intentos para matar al líder de la banda en la que toca, alma de la música que le atormenta, y sus sucesivos fracasos hasta el impactante desenlace final.

Todo ello marcado por el peculiar estilo del escritor, al que siempre emparento con Simak y Bradbury (que, por cierto, prologa el libro). Un estilo cercano, onírico y evocador. Conciso también, sus cuentos no se alargan innecesariamente y nos presenta a sus personajes en cuatro pinceladas bien definidas. Ahora, a conseguir Las estrellas son la estigia y Regreso para continuar con la fiebre Sturgeon.

jueves, 16 de agosto de 2007

Arenna


Potentísima la maqueta que se han sacado de la manga los vitorianos Arenna, que han colgado para su libre descarga y difusión en su myspace:

http://www.myspace.com/arennarock

Especialmente recomendado para amantes del stoner y los riffs contundentes. Me gustaría verlos en directo porque tienen pinta de poder ser demoledores. Además el cantante tiene una gran voz, que en ocasiones me recuerda al Layne Staley más desatado.

La verdad es que últimamente estoy "descubriendo" un poco la escena nacional y hay auténticos grupazos, y promesas de lo más interesante: Arenna, Positiva (discazo el de estos bilbaínos, que gustará a todos los amantes del hard rock setentero), The soulbreaker company, Glow, Orthodox, Viaje a 800, Elevi, etc. Espero ir dedicándoles algo de espacio, porque se lo merecen.

lunes, 13 de agosto de 2007

Kasparián y la belleza

De vez en cuando voy a poner alguno de los estudios y de las partidas de ajedrez que tengo guardadas de la sección diaria de El País, originalmente llevada por el ya retirado del mundo del ajedrez Lincoln R. Maiztegui Casas y ahora por Leontxo García. No soy un buen jugador, demasiado poco paciente y tendente a la dispersión como para analizar seriamente el juego y preparar el desarrollo más allá de un par de ideas generales, pero me encanta reproducir las partidas que vienen en el periódico, asombrarme con los detalles técnicos, con movimientos geniales, con los derroches de fantasía de algunos jugadores y con la belleza asociada a algunas posiciones, comparable para mí tanto a la que puede producir la música como las matemáticas (sé que puede parecer raro comparar estas cosas pero a mí me cuadra, sinceramente). El estudio de 1935 realizado por Kasparián que cuelgo hoy es una buena muestra del nivel de exquisitez que se puede alcanzar en el ajedrez. No tengo guardada la fecha de publicación, calculo que aparecería en El País allá por el 2002, más o menos. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.


Edito la entrada por un imperdonable error ya subsanado en el que daba por definitivamente retirado a Lincoln R Maiztegui Casas. Corregido y agradecido por su infinita amabilidad.

miércoles, 8 de agosto de 2007

La colina, de Sidney Lumet


Gracias a TCM últimamente he podido volver a ver varias veces La Colina, peliculón de Sidney Lumet. Cada vez que la veo me gusta más y le saco más jugo. Poco a poco se ha ido aupando hasta mi lista (extensa) de películas favoritas.

La trama es sencilla: una cárcel para soldados británicos enclavada en el desierto, durante la Segunda Guerra Mundial. Allí, además de la dureza de sus sargentos, la estrella en cuanto a castigos se refiere es la colina, un amontonamiento de arena por el que los prisioneros tienen que subir y bajar con todo su equipo a cuestas. Los personajes funcionan en cuanto a arquetipos: el personaje de Sean Connery, el antiguo oficial degradado con ideales; el joven débil que caerá pasto del odio de uno de los carceleros; el soldado negro, víctima de un racismo brutal; el oportunista y pelota, siempre sacando beneficio e intentando escaquearse; el sargento violento e irascible, con un incipiente alcoholismo; el comandante putero que en su ausencia no se entera de lo que pasa en su propia cárcel; el médico negligente; etc, al igual que la cárcel funciona como microcosmos y trasunto de la propia realidad.

En el fondo los acontecimientos son en parte previsibles pero es que destaca la forma que tiene Lumet de narrarlos, de manera que sintamos el calor y el agobio del desierto y de los paseos por la colina. La fotografía en blanco y negro, los movimientos circulares de cámara, los primeros planos, los contrapicados... todo contribuye a acrecentar la sensación de opresión (y cabreo) que se siente a medida que progresa la historia. La narración es seca, cortante, sin concesiones, igual que las rígidas ordenanzas militares por las que todo se rige en esa cárcel. En ese sentido uno de los momentos estrella es el del pseudomotín, espléndidamente rodado.

La película funciona muy bien a nivel psicológico, donde todos los personajes quedan retratados, en especial los carceleros, gente cobarde y violenta, con una serie de complejos e incapacidades que han superado a base de disciplina férrea y crueldad máxima (esas ordenanzas nombradas con fervor religioso, esa gorra calada hasta los ojos, esas copas de alcohol hasta caerse al suelo, esas camisas almidonadas...).

Espléndido y durísimo drama carcelario, antimilitarista hasta la médula, y que recomiendo no perderse. No deja buen cuerpo pero merece la pena, sin duda. Muy grande.

martes, 7 de agosto de 2007

Hola

Bueno, pues al final yo también he caído. No me pude resistir. Necesitaba una terapia y un baño de ego y la solución ha sido crear un blog en el que vomitar todas mis inconsciencias y mis absurdeces. Así que ahora, sujeto como siempre a mi temperamento veleta, a mi pereza y a mi inconstancia, pues iré actualizando de vez en cuando con cosillas sobre, normalmente, libros, discos y películas y quizá a veces algún otro tema que me toque de cerca o sobre el que me apetezca pontificar.

Como este va a ser un blog eminentemente pedante y elitista (jejeje) comienzo con una cita del prólogo que Joseph Conrad escribió para su libro "El negro del Narcissus", reciente y gran descubrimiento, y en el que expresa su visión sobre el arte y la literatura:

...el artista apela a aquella parte de nuestro ser que no depende del saber; a aquello que poseemos como don y no como adquisición, y que está dotado, en consecuencia, de mayor permanencia. Apela al genio, a nuestra capacidad de deleite y asombro, al halo de misterio que rodea nuestras vidas, a nuestra capacidad de sentir compasión, de apreciar la belleza y experimentar dolor; al latente sentimiento de hermandad con toda la creación y a la sutil pero invencible convicción de que hay una solidaridad que entrelaza las soledades de innumerables corazones: la solidaridad en los sueños, en los goces, en los pesares, en las aspiraciones, en las ilusiones, en las esperanzas, en los temores, que une a todos los hombres entre sí, que une a toda la humanidad, a los muertos con los vivos y a los vivos con los que están por nacer.

Y también otra de Theodore Sturgeon en "Los cristales soñadores":

Su criterio, en todo, era la humanidad, y las resonancias humanas. Vivía con libros que llevaban a otros libros, un arte que lo llevaba a la conjetura, una música que lo llevaba a mundos más allá del mundo.

Y nada más. Ya nos iremos leyendo. Un abrazo.