La película de John Huston ha sido siempre una de mis favoritas. La considero totalmente mágica, y en la que se cumple a la perfección la tópica frase de “más grande que la vida”. No sé cuántas veces la he vuelto a ver pero siempre me emociona igual y acabo de verla con una sensación de felicidad intensa que me recorre por dentro. Porque la película está hecha con el corazón, desde luego. Ese corazón de Huston que tanto gustaba de la aventura y los personajes perdedores. Se le podrán sacar fallos cinematográficos pero la vida propia que cobra toda la odisea de estos dos soldados que quieren convertirse en reyes los eclipsa por completo, ayudada por la excelente interpretación de esos dos monstruos que son Michael Caine y Sean Connery. Dos actores que reflejan a la perfección el espíritu de estos ex-soldados, pillos, chantajistas, ladrones, contrabandistas, impostores, que la última vez que cruzaron el paso Khyber fue avanzando metro a metro, sobre la sangre de los cadáveres, que fueron parte de los que con su esfuerzo, su sudor y su sangre contribuyeron a establecer el Imperio Británico y someter a la India y tantos otros países (como sueltan en una de sus perlas: “no somos dioses, pero somos ingleses que es casi lo mismo”).
Debido al hartazgo con un sistema al que ya no resultan útiles, para el que son unos oprobios (sic), Daniel Dravot y Peachy Carnehan deciden emprender la mayor de sus aventuras, y en el despacho del corresponsal del Northern Star, Rudyard Kipling, renuncian en su contrato a probar gota de alcohol o mujer alguna hasta haber cumplido su objetivo, ser reyes de Kafiristán. Y así empieza una gloriosa epopeya cruzando desiertos y montañas, disfrazándose y engañando, cómo no, gastando bromas a soldados, perdiendo mulas y cegándose en la nieve, hasta resolviendo problemas de matemáticas tras cruzar el Pushtukan (“el problema es cómo dividir cinco afganos entre tres mulas y que te queden dos ingleses”), y contando anécdotas de avaros soldados escoceses que les hagan reír tanto que provoquen un alud que proporcione un camino cuando temían ya afrontar la muerte por congelación. Luego en Kafiristán ayudarán a unas tribus contra otras en sus interminables luchas hasta conseguir un ejército potente y disciplinado, ser considerados dioses invulnerables, herederos directos de Alejandro Magno. Aunque a Danny se le sube a la cabeza, se mete demasiado en el papel y acaba creyéndoselo, y puede terminar conduciendo al fracaso todos sus proyectos.
Toda la película respira un aire a alta aventura increíble. Pero lo que la eleva definitivamente es la relación entre los dos protagonistas, su sentido de la amistad inquebrantable, que aún en las peores circunstancias mantienen, su resolución a aprovechar sus vidas al máximo, su ambición por ser reyes, por ser algo más, y no resignarse nunca, su buen humor, su aura de magníficos perdedores que afrontan la desgracia con una sonrisa, y que consiguen emocionar al máximo en momentos como los de la canción y el puente. Como decía, dos personajes que casan totalmente con el universo de Huston. Y una película que hace inmensamente feliz, sin más (y sin menos), al espectador.
Todo este rollo después de volver a ver la película tras haberme leído por fin el relato original de Rudyard Kipling. Y bueno, quizá porque es difícil superar la huella que dejó en mí la película, me ha decepcionado un poco. Es un relato corto que está bien, sin más, con una potente idea y que resulta ameno de leer, que sienta las bases para una historia más desarrollada como en la obra de Huston, y en la que cambia un poquito el final, el último párrafo, dándole un fino colofón al relato. Pero no llega a las mismas alturas, sólo apunta detalles. Me han sorprendido más los otros tres relatos incluidos en este El hombre que pudo reinar y otros cuentos. El primero de ellos, La historia más bella del mundo, es una interesante historia sobre el hecho de escribir, crear, robar historias, inventar, y recordar vidas pasadas, en el que cuando menos “contaminado” estás por otras ideas externas mejor te viene la inspiración. El segundo, Ellos, es una curiosa historia ligeramente desasosegante, y con una atmósfera que no hubiera imaginado a priori capaz de crear a Kipling, con unos esquivos niños pululando por una casa en el bosque. El tercero, El toro que pensaba, no es nada especial, pero tiene un algo que lo hace entrañable, sobre todo por su parte final. No ha sido una experiencia extraordinaria pero salgo relativamente contento de mí, creo, primera experiencia con Kipling. Y digo creo porque sinceramente no recuerdo si de crío me leería El libro de la selva o algún otro. Cosas de la lectura compulsiva infantil. Y de la memoria selectiva, claro.
4 comentarios:
Yo tuve exactamente la misma experiencia que vos: me enamoré de la película del maestro Huston primero, y bastante tiempo después leí el relato de Kipling, que me pareció poco al lado del maravilloso film.
Me ha encantado tu comentario, pero también me ha parecido raro. Raro no el comentario, claro, sino el hecho de que justo anteayer volví a ver la maravillosa (para mí, que ya sé que no para muchos) "Capitanes intrépidos" de Victor Fleming, y pensaba leerme la novela de Kipling para comentar ambas en el blog. Y encuentro que es lo que tú has hecho con "El hombre que pudo reinar". Qué casualidad, ¿no?
Tonterías aparte, a mí también me gusta mucho esta película. No he leído el relato.
Saludos: Llosef.
Una de mis favoritas de todos los tiempos.
Mi extraña memoria me dice que he visto esa pelicula... y es que, tal como lo cuentas, o se te hace muy familiar o te entran unas ganas terribles de verla...
:D
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