miércoles, 24 de octubre de 2007

La tierra permanece, de George R. Stewart, y el post-apocalipsis

Llevaba mucho tiempo tras este libro, debido a su fama y la inclusión en tantas listas de fundamentales e imprescindibles de la ciencia-ficción. Lo busqué en la biblioteca, y siempre que iba aparecía como disponible pero nunca estaba en la estantería. Al final lo dieron por “desaparecido en combate” y me ofrecieron la posibilidad de que hiciera una solicitud para que lo compraran. Todo contento la hice y... año y medio después seguían sin noticias del él, pese a que siempre me decían que habían aprobado mi solicitud. Así que al final me lo acabé comprando hace poquito y me puse a leerlo con bastantes ganas.

El resultado ha sido muy bueno. No es la obra maestra (cuasi)definitiva que esperaba encontrar. Pero es un libro muy bueno, con un alto poder lírico y evocador, y que nos hace reflexionar y vivir como casi ningún otro libro postapocalíptico la evolución y el futuro de la raza humana, de su cultura y de su modo de vida. Porque en “La tierra permanece” no abunda la acción ni la aventura. Lo que le importa a Stewart es relatarnos la organización de los escasos supervivientes tras el ataque de ese misterioso virus que acaba con la práctica totalidad de la raza humana. Ver cómo se adaptan a la nueva situación, cómo viven de los despojos de la antigua civilización. Y cómo, a medida que los nuevos nacidos sólo conocen ese mundo en ruinas, aparece la superstición y los anteriores conocimientos se pierden irremisiblemente.

En este punto lo veo quizá algo ingenuo. Igual es cosa mía pero me parece difícil que tan de repente se ignore y pierdan tantos conocimientos, y que la gente no haga mayor esfuerzo por preservarlos, al menos los que aseguren una mejor calidad de vida. Sé que se daría esa situación de rapiña y de comodidad, pero me cuesta pensar que la gente no hiciera más esfuerzo por preservar cosas tan fundamentales como la escritura, la lectura, o el funcionamiento de determinados equipamientos. Puede que sea porque al leerlo me siento muy identificado con el personaje protagonista, Isherwood Williams, (aunque claro, qué bonito es identificarse con la autoproclamada persona más inteligente de la tribu, científico, obstinado defensor del conocimiento y soñador respecto al posible futuro), y su sentimiento de nostalgia y pérdida. Porque de encontrarme en una situación parecida, y una vez solventados los problemas inmediatos de subsistencia estoy convencido de que lamentaría la posibilidad de olvidar para el futuro muchas cosas. Tanta literatura, tanto cine y tanta música que se perderían en el limbo... sería duro.

Por otro lado el libro tiene unas interesantes reflexiones sobre la organización de la Tribu, la toma de decisiones, los peligros y las responsabilidades. Aunque en ciertos momentos se nota demasiado la mentalidad de la época y pueda chirriar un poco. Pero los párrafos en cursiva insertados en la historia general, contando la magnitud del desastre y sus consecuencias globales, están muy conseguidos, y te meten de lleno en situación. Además que todos los pensamientos de Ish resultan tan evocadores y tan cercanos que emocionan y consiguen que al final resulte un libro muy conmovedor y recomendable.

Será por deformación de tantos libros y películas pero al leerlo no podía evitar el pensar qué haría yo en esa situación, adaptándolo a mi situación actual, claro. Y al estar influenciado por esas historias, me he dado cuenta de que lo primero que pensaba hacer siempre era acumular en cantidades. Comida, utensilios, herramientas, semillas, animales, armas (yo, que no tengo ni idea de armas, pero joder, es lo que sale en toda historia postapocalíptica que se precie ¿no? La necesidad de defenderse “por si acaso”), coches, gasolina, motores, y libros, muchos libros. Aparte de intentar aprender algo sobre generadores, mantenimiento de líneas de tensión y demás. E irme a vivir al pueblo, cerca de zonas de cultivo (y no perder para el futuro las gallinas como en el libro. El Apocalipsis tiene que ser mucho peor sin huevos fritos, sin duda). Seguramente si estuviera en la situación de haber sobrevivido a ese virus o lo que fuera, me las apañaría bastante mal, pero es difícil resistirse a esta clase de juegos mentales. Lo que me costaba imaginar más es el contacto con otros supervivientes. Porque ahí a uno le entra la vena fatalista y teme que en vez de encontrarse a jóvenes y guapas mujeres deseosas de repoblar el mundo con su ayuda y levantar una nueva sociedad, se encontraría a un par de bakalas con las neuronas a bajo rendimiento, algún loco psicótico al que el desastre ha perturbado, un cura fanático, y vaya usted a saber qué más. Qué horror.

lunes, 15 de octubre de 2007

El hombre que pudo reinar


La película de John Huston ha sido siempre una de mis favoritas. La considero totalmente mágica, y en la que se cumple a la perfección la tópica frase de “más grande que la vida”. No sé cuántas veces la he vuelto a ver pero siempre me emociona igual y acabo de verla con una sensación de felicidad intensa que me recorre por dentro. Porque la película está hecha con el corazón, desde luego. Ese corazón de Huston que tanto gustaba de la aventura y los personajes perdedores. Se le podrán sacar fallos cinematográficos pero la vida propia que cobra toda la odisea de estos dos soldados que quieren convertirse en reyes los eclipsa por completo, ayudada por la excelente interpretación de esos dos monstruos que son Michael Caine y Sean Connery. Dos actores que reflejan a la perfección el espíritu de estos ex-soldados, pillos, chantajistas, ladrones, contrabandistas, impostores, que la última vez que cruzaron el paso Khyber fue avanzando metro a metro, sobre la sangre de los cadáveres, que fueron parte de los que con su esfuerzo, su sudor y su sangre contribuyeron a establecer el Imperio Británico y someter a la India y tantos otros países (como sueltan en una de sus perlas: “no somos dioses, pero somos ingleses que es casi lo mismo”).

Debido al hartazgo con un sistema al que ya no resultan útiles, para el que son unos oprobios (sic), Daniel Dravot y Peachy Carnehan deciden emprender la mayor de sus aventuras, y en el despacho del corresponsal del Northern Star, Rudyard Kipling, renuncian en su contrato a probar gota de alcohol o mujer alguna hasta haber cumplido su objetivo, ser reyes de Kafiristán. Y así empieza una gloriosa epopeya cruzando desiertos y montañas, disfrazándose y engañando, cómo no, gastando bromas a soldados, perdiendo mulas y cegándose en la nieve, hasta resolviendo problemas de matemáticas tras cruzar el Pushtukan (“el problema es cómo dividir cinco afganos entre tres mulas y que te queden dos ingleses”), y contando anécdotas de avaros soldados escoceses que les hagan reír tanto que provoquen un alud que proporcione un camino cuando temían ya afrontar la muerte por congelación. Luego en Kafiristán ayudarán a unas tribus contra otras en sus interminables luchas hasta conseguir un ejército potente y disciplinado, ser considerados dioses invulnerables, herederos directos de Alejandro Magno. Aunque a Danny se le sube a la cabeza, se mete demasiado en el papel y acaba creyéndoselo, y puede terminar conduciendo al fracaso todos sus proyectos.

Toda la película respira un aire a alta aventura increíble. Pero lo que la eleva definitivamente es la relación entre los dos protagonistas, su sentido de la amistad inquebrantable, que aún en las peores circunstancias mantienen, su resolución a aprovechar sus vidas al máximo, su ambición por ser reyes, por ser algo más, y no resignarse nunca, su buen humor, su aura de magníficos perdedores que afrontan la desgracia con una sonrisa, y que consiguen emocionar al máximo en momentos como los de la canción y el puente. Como decía, dos personajes que casan totalmente con el universo de Huston. Y una película que hace inmensamente feliz, sin más (y sin menos), al espectador.

Todo este rollo después de volver a ver la película tras haberme leído por fin el relato original de Rudyard Kipling. Y bueno, quizá porque es difícil superar la huella que dejó en mí la película, me ha decepcionado un poco. Es un relato corto que está bien, sin más, con una potente idea y que resulta ameno de leer, que sienta las bases para una historia más desarrollada como en la obra de Huston, y en la que cambia un poquito el final, el último párrafo, dándole un fino colofón al relato. Pero no llega a las mismas alturas, sólo apunta detalles. Me han sorprendido más los otros tres relatos incluidos en este El hombre que pudo reinar y otros cuentos. El primero de ellos, La historia más bella del mundo, es una interesante historia sobre el hecho de escribir, crear, robar historias, inventar, y recordar vidas pasadas, en el que cuando menos “contaminado” estás por otras ideas externas mejor te viene la inspiración. El segundo, Ellos, es una curiosa historia ligeramente desasosegante, y con una atmósfera que no hubiera imaginado a priori capaz de crear a Kipling, con unos esquivos niños pululando por una casa en el bosque. El tercero, El toro que pensaba, no es nada especial, pero tiene un algo que lo hace entrañable, sobre todo por su parte final. No ha sido una experiencia extraordinaria pero salgo relativamente contento de mí, creo, primera experiencia con Kipling. Y digo creo porque sinceramente no recuerdo si de crío me leería El libro de la selva o algún otro. Cosas de la lectura compulsiva infantil. Y de la memoria selectiva, claro.

martes, 9 de octubre de 2007

La materia oscura, de Philip Pullman

Trilogía compuesta por Luces del norte, La daga y El catalejo lacado. Ha supuesto toda una sorpresa, pese a que las recomendaciones anteriores ya me habían puesto sobre aviso. Y es que es raro encontrar fantasía de calidad de este tipo, fantasía de verdad, sin recurrir a tópicos, a mundos y razas mil veces vistas, a nuevas versiones de "El emperador de todas las cosas" (aunque en principio pueda parecerse y tener similitudes, el final deja claro que sus intenciones son bien distintas). Con todo, hay algunos momentos en los libros que se me han hecho algo más pesados, como partes de lo de los mulefa en El catalejo lacado (aún sigo sin saber cómo coño utilizan las ruedas, obtuso que es uno), o más infantiles, como en, sobre todo, Luces del norte, en el que todo lo del rey de los osos no me convenció demasiado. Porque pese a que sea una trilogía protagonizada por niños no es precisamente infantil -algo irregular en algunos momentos, eso sí- y puede ser disfrutada a todas las edades. Aunque, como me dijo el amigo que me dejó estos libros: "imagina leérselos con 14 años...". Desde luego es una edad excelente para descubrirlos, y de haberlo hecho quizá no me hubiera sumergido tan a fondo en aquella vorágine de rol, dragonlance, elfo oscuro y reinos olvidados que casi acaba conmigo jejejejeje. Y es que los temas que tratan los libros resultan excelentes para esa edad imprecisa de la adolescencia en la que uno está más perdido que un pulpo en un garaje. Aunque, repito, son perfectamente disfrutables a cualquier edad. Porque, tras un comienzo algo titubeante, el conglomerado de religión, dios, muerte, teología, filosofía, mundos paralelos, gnosticismo, metafísica, responsabilidad, madurez, consciencia, tristeza, crueldad, que plantea le reconcilian a uno con un tipo de fantasía que trata al lector de manera inteligente (y ojo, que sigo disfrutando a muerte con la otra, pero es que esto es algo totalmente diferente). Y descubrir estos temas a ciertas edades, con la sencillez que están planteados en estos libros, tiene que ser una magnífica bofetada de realismo (paradójicamente en una obra de fantasía), y una invitación al librepensamiento crítico. Desde que los terminé se han convertido en un regalo perfecto que hacer a mi sobrino cuando tenga la edad adecuada. Aunque igual sobre ciertos aspectos ya le hemos adoctrinado sin querer antes, ejem... En fin, gracias a la gente que me recomendó y/o dejó los libros, y gracias a Pullman por escribirlos, todo un descubrimiento. Por lo visto están adaptándolos al cine, y la película correspondiente a Luces del norte se estrena este diciembre. Veremos a ver, el primero quizá algo más, pero no es una trilogía fácil de adaptar, sobre todo si se quiere guardar fidelidad a los originales. Crucemos los dedos.

Por cierto, que se agradecen comentarios sobre la conveniencia o no de leer El paraíso perdido de John Milton, que Pullman cita como clara influencia de sus libros, junto a las obras de William Blake. Si alguien se lo ha leído y puede recomendarlo, o no, y comentarlo aquí un poco, me dejaría las cosas bastante más claras.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Avalon, de Mamoru Oshii

En un futuro cercano, en una sociedad gris, destruida por las guerras, la mayor y mejor forma de evasión consiste en Avalon, un juego de combate de realidad virtual. Un juego ilegal y peligroso, pues hay gente que ha quedado en estado vegetativo tras sus intentos de llegar a una fase oculta del mismo. Ash, una de las mejores guerreras, tras tropezarse con un jugador del que no encuentra datos, empieza a investigar y a adentrarse más en el misterio de Avalon.


Esta es, a grandes rasgos, la sinopsis de esta curiosa coproducción Japón-Polonia, dirigida por Mamoru Oshii en 2001. Una nueva historia de realidades virtuales, de mezcla de realidad y ficción, sí. Pero una historia original, abierta, y que descoloca bastante. Rodada en su mayoría con unos tonos ocres muy adecuados a la historia, con unos buenos efectos, y una música por momentos realmente espectacular, Avalon resulta muy sugerente. Con un ritmo pausado, en el que importa más lo atmosférico y la psicología del personaje de Ash que la acción y el efectismo, se nos van presentando algunas claves que luego puede que consigan que recompongamos el puzzle en nuestra cabeza. Un puzzle que Oshii no termina de redondear, tal vez porque al final se deja llevar algo por las ganas de epatar y sorprender, y porque algunos aspectos de la trama no están del todo bien resueltos. Aún así es una película muy notable, y que deja un regusto muy agradable, de ese sobre el que dar vueltas durante un tiempo, y la sensación de que si se vuelve a ver se captará algún detalle quizá crucial para el sentido global de la película, pues hay algunas escenas y detalles clave que se repiten de una u otra manera a lo largo de la misma.



Yo me he formado una opinión, que quizá no sea la correcta. Ni siquiera estoy seguro de que el director quiera expresamente darle un sentido único a su historia. Más bien sugerir, tratar temas metafísicos un poco de brocha gorda (aunque no por ello menos interesantes), y mostrarnos una sociedad futurista y una ambientación que a cualquier amante de la cf -y de los videojuegos bélicos de acción en primera persona- enganchará sin remedio. Y con una factura visual impresionante.