lunes, 27 de agosto de 2007

El rey del juego, de Norman Jewison

El otro día, de nuevo gracias a Santa TCM, volví a ver "El rey del juego" (The Cincinnati Kid, 1965). Y no me extrañaría que fueran ya más de diez veces. Aparte de lo mucho que la repiten es una película que me engancha siempre. No es el clásico definitivo, ni una de las 10 películas imprescincibles que todo cinéfilo debería haber visto y todo eso pero desde luego es muy grande.


Nos encontramos en la Nueva Orleans de los años 30, los de la gran depresión, y Eric Stoner, el Kid de Cincinnati (Steve McQueen) es un experto jugador de poker que se mueve en los bajos fondos, ganando pero jugándose demasiado el tipo ante timadores y mafiosillos. Todo parece cambiar con la llegada a la ciudad de Lancey Howard (Edward G. Robinson) el mejor jugador de la historia, el Rey. El enfrentamiento entre ambos será inevitable. Pero Slade (Rip Torn), un hombre rico furioso por haber sido humillado en la mesa de juego por Howard quiere vengarse y utilizar al Genio (Karl Malden) para que reparta las cartas y haga trampas en su contra en la partida, beneficiando al Kid, que, a su vez, obsesionado con ganar a Howard, con convertirse en el rey del juego, mantiene una relación inestable con Christian (Tuesday Weld), y sufre el acoso de Melba (Ann-Margret), mujer de turbio pasado y esposa del Genio, su amigo. El enfrentamiento supone todo un acontecimiento, y todo el tenso ambiente de espera desemboca en la partida, que ocupa toda la segunda parte del metraje, y donde se dirimirá quién es el rey del juego.

La película empezó a ser dirigida por Sam Peckinpah, pero fue despedido y su puesto lo ocupó Norman Jewison. A pesar del excelente resultado final no se puede evitar preguntarse qué habría sucedido de mantenerse el director original. Aún así uno cree reconocer en el ambiente sórdido de la clandestinidad y en algunas escenas como la pelea de gallos el estilo Peckinpah. "El rey del juego" no es una película de acción. Se centra sobre todo en los personajes, en su psicología y motivaciones, realizando un retrato perfecto de sus miserias. El Kid como el jugador compulsivo y ambicioso, que en lo único que piensa es en ser el mejor. La pareja formada por Melba, artera y tramposa, y el Genio, un hombre débil que intenta retenerla como puede. Slade, el rico-mafioso ambicioso y sin escrúpulos que quiere devolverle la derrota a Howard (le dice al Genio: "no es por su clase de dinero, es por mi clase de dinero. Quiero verle humillado"). O un Howard como jugador veterano, frío y cínico, que se dedica a soltar miradas (enorme Edward G. Robinson) y frases lapidarias toda la película.


El reparto es estupendo y funciona a la perfección. Además de una excelente galería de secundarios que termina de dar color a todo ese submundo clandestino que nos muestra la película. Ese ambiente, y las partidas maratonianas ("La partida más larga que jugué fue en la primera travesía del ..........., todo el viaje jugando, ¡seis días!", dice Howard) le llevan a uno a recordar películas similares en cierta manera, como puede ser "El buscavidas" de Robert Rossen, con sus intensas y largas partidas de billar entre Eddie Felson y el Gordo de Minnesota. Me gusta especialmente la sensación que queda tras acabarla, con las dos escenas finales (la última, que por lo visto se añadió al poco de estrenarla por presión de los productores, me parece bastante ambigua) y que, tras leerlo el año pasado, me hacen recordar al final de "El jugador" de Dostoievski. No tanto porque se parezcan si no por el carácter del personaje y su posible futuro (nótese cómo me las he arreglado para, hábil y sutilmente, meter una cita pedante y elitista en este comentario para así darle más relumbrón. Y es que un nombre ruso siempre queda bien y da apariencia de cultura).

Aparte de todo esto reconozco que a mí me encanta esta película porque desde pequeño Steve McQueen fue una especie de héroe infantil cinematográfico. Y yo no quería ser ni Bogart, ni Wayne, ni Heston, ¡ni siquiera Eastwood!, ni cualquier otro posible héroe que a uno se le pueda ocurrir, antiguo o moderno. No, yo quería ser como Steve McQueen. Quería ser un pistolero justiciero en "Los siete magníficos"; un soldado heroico y conflictivo en "Comando"; un policía de vuelta de todo, persiguiendo malos con mi coche por las calles de San Francisco en "Bullitt" (al ritmo de la música de Lalo Schifrin, claro); un preso indomable que se escapara siempre como en "Papillon"; quería despistar a los alemanes y saltar las alambradas con mi motocicleta en "La gran evasión"; ser un pistolero vengativo en "Nevada Smith"; quería escapar a México en "La huida"; etc. Luego uno crece y leyendo biografías comprueba que sus héroes quizá no sean tales y que McQueen era una personalidad muy conflictiva y difícil, de la que mucha gente no guarda demasiado buen recuerdo. Pero bueno, como diría Joaquín Luqui con la música: "siempre nos quedarán las películas".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Leyendo tu comentario me han dado muchas ganas de ver rápidamente esta película. Y es que pese a que no soy jugadore de poker, siempre he adorado esta clase de films, que tras la supuesta apariencia lúdica de la temática central, esconden mucho más.

El reparto, por otro lado, ya es otro aliciente para verla. A mí McQueen también siempre me ha gustado mucho desde pequeño, sobre todo gracias a "Papillón". Y hace unos días ví una de sus primeras pelis, "La masa devoradora", obra menor, aunque de culto.

Si bien Jewison es un gran director, habría que ver cómo hubiese sido la película con un talento de la talla de Peckinpah.

diego u. dijo...

es una película que sirve tanto para un roto como para un descosido, yo tb, casi siempre que la echan en el TCM, la termino viendo.
mi nombre es el uro y hablando bla bla

un saludo vidal

Peter Sinclair dijo...

Hombre, qué tal tío. No sabía que tenías un invento de estos. Grandísimo nombre, por cierto, jejeje

¡saludos!