Simon es un psicólogo del departamento de recursos humanos de una gran multinacional. Especialista en actividades de ocio para empleados y de selección de personal, tiene una gran capacidad de análisis crítico. Un día, uno de los jefes de la compañía le pide que haga un análisis psiquiátrico, lo más discreto y sutil posible, del otro codirector, Just, que parece que está manifestando un comportamiento errático. Simon intenta hacer su trabajo lo mejor posible, saltándose las presiones y sus propias dudas, pero según se va asomando a la vida de Just, más se acerca a la oscuridad de la cuestión humana.
(Aviso: a continuación destripo la película y parte del argumento)
“La cuestión humana” es una pretenciosa película francesa que al final se revela fallida en la mayoría de sus aspectos. Y lo que es peor, se hace pesada. Una muestra más de ese tipo de historias en los que la idea que subyace es de lo más interesante pero la manera de presentarla fracasa. La película nos muestra de una manera distante, fría, la vida de Simon y sus interrelaciones dentro de la empresa, sus relaciones con las mujeres, y su contacto con Just, que parece atormentado por algo y que tiene una extraña obsesión con la música. Las escenas muchas veces no tienen una continuidad o cohesión determinada, se nos van presentando hechos aislados que forman en conjunto la historia, algunas tan largas como la de la exagerada rave de los empleados. Todo ello mientras crece la angustia del protagonista hasta que en el último cuarto de la película se nos hace la revelación, que es la relación de la familia del jefe, y de uno de sus antiguos compañeros de un cuarteto musical, con los nazis y el holocausto.
Y aquí es donde llega el meollo de la película. La lectura de una carta, muy detallista en cuanto a la descripción de las características que tenían que tener camiones para gasear prisioneros, nos empieza a meter en la idea de la tecnificación del lenguaje, de cómo se deshumaniza el lenguaje cuando se encuentran palabras técnicas para todo, para poder explicar prolijamente hasta los planes y crímenes más espantosos. Y se nos relaciona esto con el trabajo de Simon, y su firmeza a la hora de recomendar despidos de gente alcohólica, vieja, o no válida, cuando tocaba realizar ajustes en la plantilla de la multinacional. Todos sus razonamientos explicados también con ese lenguaje técnico, eufemístico, frío, en el que la cuestión humana es dejada totalmente de lado, al igual que en los antiguos totalitarismos. Y que le estalla al protagonista en la cara cuando recibe las cartas anónimas escritas con pedazos de los libros de psicología que él conoce tan bien.
Y es entonces cuando entendemos mejor la primera parte de la película, con esas escenas algo inconexas, frías, en las que la única parte emocional viene con las interpretaciones musicales, que es cuando la gente se exorciza y da rienda suelta a sus sentimientos. En toda la película está presente la idea de la música como medio catártico, que consigue sacar afuera los demonios interiores, ya sea en interpretaciones flamencas llenas de pasión, en sentidos cuartetos de cuerda, o mediante música electrónica que ataque a lo más primario. Y vemos mejor cómo Simon se da cuenta de que las únicas ocasiones en que se muestra como es, en las que sonríe y se despreocupa es cuando está alejado del mundo de la gran corporación, en las escenas en el bar, por ejemplo. Entendemos así que la música es un lenguaje “no tecnificado”, que permite a la gente mostrarse tal cual es, mientras que el lenguaje común, mediante el propio uso que le damos se ha ido transformando en un artificio sin fundamento, en algo frío, sin alma, como la sociedad que poco a poco hemos ido creando.
La cuestión es interesante, pero el director reviste la película precisamente de un lenguaje frío y aséptico, que hasta en los momentos de mayor intensidad se revela insuficiente para hacer llegar su mensaje, pese a la innegable fuerza de algunas escenas. Que se podría decir que es algo buscado adrede, y en parte lo comparto, pero una cosa es una frialdad que produzca un efecto, y otra una frialdad que simplemente provoque distanciamiento en el espectador. Con lo cual la posible pirueta mental sobre lenguaje cinematográfico tecnificado, al igual que se nos ha ido hablando del verbal y del musical, a mí no me cuadra en absoluto.
Asimismo, no vemos el motivo para la crisis que se va generando en Simon, el guión no va siguiendo un camino coherente en ese sentido, y todo se razona a posteriori. Y cuando se va hilando todo y aparece Neumann en escena, que es el que le termina de abrir los ojos, tampoco terminan de quedar claras otras cuestiones relacionadas con los personajes y sus interrelaciones. Como digo, la idea que subyace es de lo más interesante, y produce buenas escenas, sobre todo un emotivo e intenso final, pero resulta en exceso áspera. En cualquier caso, sólo por haber producido un tocho como el que acabo de escribir, y por lo que te hace pensar, merece la pena. Aprobado raspado.